Reflexiones sobre la formación (Paideia)

 

En este texto se desarrolla la idea fundamental de que la Paideia nombre que representa el periódico de nuestra institución y que se suele traducir como “educación y formación” es un término histórico y problemático.

 

1.    Reflexión sobre el conocimiento natural y su relación con las cosas.

 

Si la vida puede ser pensada en términos de nuestra consciencia, el estar en el mundo como viva certeza de un presente continuo es un “estar ahí“ en vela, un estar “siendo” que determina, significa, produce lo familiar, lo cotidiano y hace posible nuestra existencia. Siguiendo en este tópico a Martín Heidegger, este “Ser en el mundo” obedece a una relación  técnica que establece el hombre con las cosas, los entes, los objetos a la mano, antes que a una relación de reconocimiento y reciprocidad con la naturaleza y los demás. En su actividad vital el hombre es un ser para las cosas de uso, él está en una relación que lo mantiene permanentemente cautivo de la forma de aparecer de éstas, que lo vinculan a su utilidad. De entrada el hombre no comprende nada, sólo establece una relación mecánica y/o automática con el objeto de uso que tiene a la mano. El hombre arrojado en su actividad vital a lo útil es incapaz de percatarse que aquel (el objeto), le condiciona sus posibilidades de acción e interacción, le limita y hasta le impide abrir su mirada y consciencia a lo que se aparece como tal, al sentido mismo del fenómeno, a su esencia, a lo que “es” en sí mismo el objeto que se le da (verdad).

En consecuencia, esta familiar forma de vivir entregado a las cosas se convierte en su cadena, su desgracia y su prisión. Y esto por la sencilla razón de que el hombre no necesita comprender qué son las cosas (que tiene a la mano) para interactuar con ellas y con el mundo. La rutina, los hábitos, las tradiciones, y en general, la experiencia individual y socialmente acumulada, le indican a cada individuo que lo único importante es saber manipular y conseguir hacer útil lo que tiene a la mano como su más inmediato fin.

Así toda acción resulta ser cuestión de elegir bien los medios, de planear  o disponer estratégicamente conforme a fines la expectativa para obtener algo de una manera eficaz en el mundo. La razón instrumental señala los caminos posibles para franquear metas claras y objetivos bien definidos. La forma de aparecer de los objetos y personas en el mundo circundante constituye en su diversidad y multiplicidad un todo de prescripciones técnicas asociadas a expectativas de acción medios-fin. Ningún preguntar o pensar va más allá de esta inmediata relación con los objetos y las personas que nos salen al encuentro. La utilidad o esterilidad de lo que se aparece en el entorno cotidiano viene determinada por nuestro rol, por nuestro provecho personal, por el objeto de nuestro más vivo interés. En este estilo de vida, la formación y la pregunta por la verdad de lo que acontece, carecen de sentido. La acción instrumental se conforma con lo útil de las cosas en la expectativa de una manipulación estratégica de la naturaleza y las personas que estén al alcance con vistas a obtener todo tipo de fines prácticos.

La pregunta por la verdad, la  esencia de las cosas, la justicia social, lo moralmente correcto; o la pregunta por la formación de las personas y la comunidad, surgen de una actitud de escepticismo, de descontento, antes que de admiración y curiosidad. Hay que estar saturado y profundamente insatisfecho con lo que somos y con lo que creemos saber sobre nosotros mismos y el mundo que se nos impone como una totalidad meridiana de prejuicios, certezas y confusiones. En esta condición el reconocimiento de nuestra miseria de conocimientos y de nuestra absoluta carencia de formación, señala una posibilidad de cambio. Una nueva actitud y voluntad de ser se abren a la mirada del espíritu.

Existe la posibilidad de que en lo que se nos aparece (el sentido y la comunicación), o en las cosas que están a la mano (el útil), se oculte una verdad aún no percibida en nuestra relación inmediata y establecida con su ser. Lo que se nos aparece en nuestro rol profesional y familiar se nos impone como una cadena y una servidumbre a intereses que determinan nuestro rol mecánico en cada momento. Nuestra profesión, nuestro rol entendido como aquel conjunto de normas y prescripciones que determinan nuestro ser-sumiso y esclavo, se nos revela como la condición material de toda lucha por la vida, se convierte en nuestra forma familiar de existencia. Nada se sospecha que por detrás de este aparecer del mundo pueda existir la posibilidad de comprender y de realizarse de una manera libre y auténtica.

La formación, que decimos tener, es apenas una mera técnica y, la relación que establecemos con las cosas, las personas y la verdad, es resultado de una manera de justificar el proceder instrumental de nuestras acciones que permanecen ancladas al nivel de la enajenación, del extrañamiento de sí y de la esclavitud de todo individuo en el entorno de una realidad inmediatamente manipulable por la técnica y el conocimiento operacional.

 

2.    La reflexión como camino al saber.

 

Sólo la reflexión puede detener este movimiento que gira como las órbitas de los errantes planetas sometidos a las leyes de la relatividad y de la gravedad. El hombre tiene la libertad de detenerse para mirar lo que se le aparece (el fenómeno), o lo que cree saber (su discurso). Este detenerse es ya un preguntar, un interrogar lo que se muestra o acontece y cómo este aparecer nos determina en nuestro más íntimo ser. La reflexión nos señala el sentido profundo y cultural de nuestra sociedad global, de una naturaleza de la que somos parte integral, del otro que precisa nuestro reconocimiento y cuidado, y de nuestra interioridad consciente y espiritual, un todo de inteligibilidad vinculado al lenguaje y a la interacción comunicativa con los demás. Todo ello, en ese fugaz relámpago de significación e interacción que nos arroja en cada presente al mundo de la experiencia y que en cada instante nos deja ver nuestra responsabilidad para con la naturaleza, la sociedad, los otros y nuestra propia mismicidad. Esta novedosa manera de ver (esta actitud) puede ser considerada como un despertar, como un volver la atención sobre lo que acontece y nos adviene.

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Heredamos de los griegos, en particular de Sócrates, la idea de reflexión como inspección sobre nosotros mismos y como responsabilidad moral. De manera similar, la idea de verdad (aletheia) como des-ocultamiento y como formación se la debemos a Platón y su discípulo Aristóteles. En esta misma época, los Sofistas se opusieron a la filosofía alegando que lo único digno de tomar por tema eran los objetos que se nos aparecen en el entorno de nuestra familiar manera estar en el mundo, los útiles, y por tanto, los objetos propios de nuestros intereses circunstanciales, de nuestros roles o profesiones, incluso de nuestras apetencias o deseos. Pero Platón pensó que esta forma de ver que hace del hombre la medida y patrón de todas las cosas como enseñaba Protágoras (mayor exponente de la sofística) conducía a una limitación del ser, a un relativismo absurdo, y por tanto, a una absoluta falta de responsabilidad y de eticidad.

La verdad de lo que está ahí en el mundo, pensó, la verdad de las cosas (entes) nos viene de las ideas, por tanto hay que tomar por tema el mundo desde su posibilidad de hacerlo inteligible (verdadero). Las ideas constituyen la esencia que da forma y sentido a lo que se nos aparece, al objeto (ente) y al mudo que se abre a nuestra experiencia (cosmos). Dicho de otra manera, las cosas que salen a nuestro encuentro con el mundo resplandecen o se muestran gracias a la esencia de las ideas, a la verdad. Pero esta última (la verdad) depende de la idea del Bien, del Agathón, que a su vez, es principio generador de toda la belleza y justicia; esa idea suprema que se derrama por sobre todas las cosas haciendo que ellas sean entendibles y manifiestas.

Con el tiempo esta correspondencia establecida entre la idea de Bien y la idea de verdad como desocultamiento (aletheia) señala y prescribe una forma de Ser y de pensar para Occidente (cultura a la que pertenecemos). Las ideas no sólo ganan su significación auténtica de la idea del Bien, sino que además, constituyen la luz para que la mirada del espíritu o lo que llamamos el alma humana, puedan conducir la experiencia y contemplar. Es decir, entender, identificar, relacionar, significar, y conducir al hombre a la verdad y al bien. Aquella mirada que se orienta al resplandeciente Ser verdadero de las cosas, al Bien (Platón), o a la Causa primera (Aristóteles), en la medida en que pueda reflejar el verdadero Ser de las cosas (su verdad) produce un cambio sustancial en el alma de quien así se comporta y dirige.

Éste (el hombre) se forma a sí mismo, es decir, forja su carácter moral (ético) y humano de manera libre, autónoma y auténtica, en y a través del conocimiento de las causas originarias y/o las ideas puras, que constituyen un acceso al verdadero ser del mundo y al obrar consecuente con la verdad (éticamente).  

Los griegos nos dejan esta preciosa herencia de que el orientarse del alma a la verdad de las ideas, no sólo nos revela lo que de oculto hay en las cosas, procesos y relaciones, que guardan y llevan las cosas mismas; sino que, además, nos forman el carácter de una manera humana, bella y justa. Esta idea de que el conocimiento guarda una relación inmediata con un interés de formación se mantiene oculta a través de la tradición occidental desde Platón hasta Husserl. Los griegos vieron en esta comprensión de verdad como formación un ideal de vida, una orientación de la voluntad hacia la metafísica racional emprendida por la filosofía que desemboca en un ideal del hombre y de comunidad política. La metafísica con Platón se transforma en humanismo, en la prescripción de una vida buena, en un ideal ético de vida.

 

3.    Formación y control.

 

Pero la modernidad mostró la falsedad de esta premisa, el conocimiento como teoría del des-ocultamiento, como verdad (Aletheia) y de la formación/educación del individuo (Paideia), da con Galileo y Descartes un giro inesperado en una nueva dirección. Galileo tiene la intuición de que la verdad oculta tras las apariencias que proyectan los sentidos en la percepción directa de las cosas se puede superar a través de una observación guiada por la experimentación y medición sistemáticas. Es decir, por la introducción de modelos matemáticos de medición que controlen y organicen la experiencia científica, de esta suerte, lo visto por la conciencia científica se convierte en un camino de acceso al "verdadero ser de las cosas”, ahora explicitado y comprendido desde la complejidad formal de la lógica y la matemática y justificado o demostrado por el complejo experimento sistemáticamente planeado. En este empeño por sacar a la luz el verdadero ser de la naturaleza, la ciencia se apoya en la técnica y la matemática. El resultado es un control sobre la naturaleza que tan pronto como desacraliza lo que de divino había en ésta, la convierte en fuente de energía y utilidad. El control sobre la naturaleza y el potencial de trasformar el conocimiento científico en la causa eficiente de todos los procesos de producción hace posible la revolución industrial y el surgimiento del capitalismo instaurando a su vez un control técnico sobre la naturaleza y la humanidad.

El Estado moderno puede utilizar este potencial técnico no sólo para transformar la naturaleza en un enorme depósito de energía y materia prima para la producción a gran escala, sino también, para transformar la sociedad en una masa apta para la producción, en una fuerza potencial de mano de obra barata controlada y administrada por el derecho burgués y el mercado económico global. La idea del conocimiento y la verdad como formación/educación revelan su verdadero rostro:

La verdad de la ciencia, la técnica y la tecnología, competencias que se ganan a través un proceso educativo de formación eficiente de personas, resultan ser una forma de control sobre la naturaleza y sobre la humanidad des-humanizada y racionalizada. Nuestras relaciones interpersonales se han instrumentalizado y objetivado en función de la utilidad y el cálculo de intereses que demanda el mercado y el capital.

La verdad es que devenimos objetos de la ciencia, el derecho, la economía, la técnica, el mercado y la administración pública, que son altamente lógicas y racionales, pues están sujetas a los sistemas de medición y cuantificación de utilidades dentro de estándares y leyes lógicas y matemáticas en función de eficiencia y eficacia de utilidades: Así naturaleza y humanidad devienen objetos  del cálculo de intereses y de beneficios, mientras consumimos todos los recursos a la mano, llevando en nuestro afán de lucro, bienestar y utilidad, el mundo y la sociedad a una catástrofe global a gran escala y sin precedentes.

La educación y la formación únicas formas de emancipación y comprensión, se han orientado hacia la producción de bienes y servicios y a la sumisión obediente de sujetos no críticos aptos para la producción planificada y administrada racional y científicamente. Actualmente se habla de la educación por competencias, y éstas se justifican por su utilidad y aplicabilidad práctica, por su adecuación a tareas y proyectos productivos a escala regional, nacional e internacional. Lo que nos preocupa es el bienestar personal, o el de nuestros hijos, familiares y comunidad local, en términos económicos y administrativos. El auge de las ingenierías y las carreras técnicas que proveen todo tipo de auxiliares, son una pequeña muestra de hacia donde se dirigen hoy los intereses del Estado y las empresas como administradores de las políticas económicas y sociales garantes de una mano de obra técnica, dócil y barata para economía y las multinacionales.  

El sentido de la formación de ciudadanos con un carácter crítico, reflexivo, autónomo, emancipador y responsable, mientras no tenga el debido reconocimiento público no podrá rebasar las fronteras de lo útil y lo técnico. Por un lado, los estudiantes, quienes ignoran el papel de la ilustración, la crítica, la reflexión y el análisis social;  de otro, los padres de familia que están preocupados por el futuro económico de sus hijos, buscando en el mercado la carrera profesional más rentable. Y menos aún el Estado, quien dispone de la legalidad científica y técnica una palanca del desarrollo y de la legitimación del sistema político. La educación transformada en una forma más de mercado técnico apto para la apropiación del capital y las multinacionales, desde la sumisión y obediencia acrítica de los individuos, hasta en los contenidos disciplinares necesarios para la producción, y las formas, normativas, discursivas e ideológicas, que son implantadas por los medios de comunicación y la escuela institucionalizada regulan y estandarizan las habilidades y competencias necesarias para este estado actual de cosas, encaminadas a la producción de conocimientos útiles para una praxis que demanda mano de obra dócil, técnica, económica y autómata.

Queda pendiente hoy más que nunca en la historia, defender el sentido de la formación desde una instancia crítica, pluralista, ética y democrática, una instancia que sea capaz de orientar las sociedades de una manera más humana y menos técnica, hacia sociedades más justas, coherentes con la vida, la naturaleza y la equidad.

 

Pedro Gerardo Acosta

Director del periódico Paideia

Filósofo Universidad Nacional de Colombia

Magister en Filosofía Pontificia Universidad Javeriana.